Ligero, higiénico, protector y barato, el plástico se considera desde hace tiempo un aliado indispensable de la industria agroalimentaria. En el sector hortofrutícola, está en todas partes: alrededor de los tomates, debajo de las fresas, en los sacos de patatas o en las bandejas de hierbas frescas. Pero su omnipresencia se cuestiona cada vez más. Con la creciente preocupación ecológica, una legislación más estricta y consumidores más concienciados con el medio ambiente, el plástico está en el punto de mira. Pero, ¿podemos realmente prescindir de él? Analicemos tres retos clave.
El plástico, derivado del petróleo, tiene una elevada huella de carbono. En la industria alimentaria, su reciclado sigue siendo muy limitado debido a la contaminación, las películas finas o los materiales complejos. La mayoría de los plásticos se incineran, se depositan en vertederos o se convierten en microplásticos, contaminando los ecosistemas de forma permanente.
Incluso los plásticos reciclables plantean un reto: el proceso consume mucha energía y las infraestructuras existentes no suelen estar preparadas para manipularlos. El coste medioambiental es real, pero sigue siendo invisible para productores y consumidores.
Afortunadamente, están surgiendo algunas soluciones: la venta a granel está resurgiendo, lo que ayuda a reducir significativamente los residuos. En Francia, muchos minoristas están rediseñando sus secciones de frutas y verduras para venderlas sin envasar, a menudo con bolsas de papel o recipientes reutilizables. Sin embargo, la venta a granel no es adecuada para todos los productos: las frutas frágiles o las mercancías de exportación suelen requerir envases más resistentes.
Entre las alternativas innovadoras se encuentran las películas compostables hechas de celulosa o almidón, las bandejas de cartón y los materiales de origen biológico. Marcas como Biocoop abogan por una oferta 100% libre de plástico. Sin embargo, estas opciones son costosas, más voluminosas y requieren condiciones de compostaje industrial.
La transición no está impulsada por la legislación, sino también por los consumidores, las ONG y las redes sociales. El plástico se ha convertido en un problema de reputación. Algunos minoristas están tomando la iniciativa, comunicando sus compromisos, probando soluciones sostenibles y promoviendo cadenas de suministro cortas.
Para las marcas, el envase es ahora una herramienta de marketing. Los diseños minimalistas, los materiales reciclados y las etiquetas naturales pueden significar calidad y responsabilidad medioambiental. Sin embargo, muchas esperan señales más claras del mercado o leyes más estrictas antes de modificar profundamente sus prácticas.